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viernes, 29 de agosto de 2008

Revolución pasada por Valium


Más allá del concepto astrológico, fiscal o religioso, que sitúa en Enero el principio de año, el final del verano siempre ha marcado un cambio de ejercicio, un punto de inflexión, a veces reflexión, sobre nuestra realidad.

Ya han pasado unos años desde la caída de lo que Winston Churchill bautizó como el “telón de acero”, apenas quedan regímenes adeptos a lo que se denominaba economía socialista –a la sazón, comunista-, los pocos que quedan están sumidos en la escasez, escasez de alimentos y de libertad. ¿Qué quiere decir esto? Que hemos llegado al sistema económico y social definitivo?, ¿Qué más allá de las leves diferencias entre partidos liberales, socialistas, conservadores, … no existe otra variabilidad previsible?, ¿Qué nos hemos instalado en un novísimo capitalismo de corte social que, más o menos, convence a todos -a todos los que estamos instalados en el primer mundo-?

Lo dudamos; con permiso de Mr. Bush, el evolucionismo sigue convenciendo más que la paradoja de Adán y Eva.

Que a nivel macroeconómico e incluso -si me permiten el término- “macrosocial” habrá grandes cambios, casi resulta obvio: desde circunstancias tan positivas como la condonación de deuda a países tercermundistas, hasta otras tan negativas como resulta el terrorismo internacional, la realidad lo exige.

Que nuestros sistemas democráticos –los más avanzados- son susceptibles de mejorar, es patente. La “res pública” no debe gobernarse a golpe de interés personal, ni con tracción de encuestas. La democracia bien entendida no es populismo.

Y, ¿en el ámbito económico-empresarial?. ¿Sólo quienes no tenemos ningún prestigio que arriesgar nos atreveremos a vaticinar grandes cambios? Consumidores sumidos en una imparable vorágine de necesidades ficticias, bancos que ganan y ganan, salarios que pierden competitividad, empresas que fían a la ley de la probabilidad (alguna funcionará…), bancos que aún ganan más, pequeñas empresas que sostienen a otras mucho mayores que les imponen sus reglas (léase administraciones), multinacionales que imponen hábitos de vida, bancos que absorben multinacionales, …

Y, entre tanto, solo la tecnología –en la medida que sea generadora de nuevas dinámicas de consumo- funciona. Desde la Edad Media no se vió tal erial cultural. El bárbaro impone su ley. Warholl ironizó, tras él: mentiras y más mentiras.

Se avecinan cambios, silenciosos, sin estruendo, pero incontenibles como una morrena. Tal vez sea la próxima revolución, tranquila, sedada, como pasada por un mar de Valium, una revolución evolucionista (¿o una evolución revolucionaria?), pero gigantesca en sus efectos. Observemos y dentro de cincuenta años comentamos.

1 comentarios:

grumosky dijo...

¿estás seguro de que serán cambios silenciosos? yo no lo estoy tanto. Coincido con los que piensan que estamos en un posible cambio de paradigma económico, que tiene bastantes probabilidades de ser brusco si se sigue abusando por parte de una minoría de la gallina de los huevos de oro, es decir, el "homo-consumidor", el pueblo. Por otra parte, en la era de la comunicación es más fácil que un conflicto local se extienda. Ché, ya veremos...si al final siempre es más de lo mismo, lo mejor, la era cavernícola y a ser animalotes menos sofisticados.