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martes, 2 de diciembre de 2008

Listas



Cada época tiene sus gustos, sus aficiones. En la que ahora nos toca vivir, el pueblo todo ama las listas y, en especial, las clasificaciones: los más ricos, los más poderosos, los más… siempre “los más”…

Recientemente llegó a mis manos una lista de las más bellas, palabra muy en desuso hoy en día, que trataba de evitar el estigma de “listado machista”. Unicamente por ver si mis gustos coincidían con los de la mayoría en este extremo, no suele ser habitual en ninguno, me apliqué en elaborar la mía.

Hasta 216 encontré notablemente seductoras, “curioso –pensé- , 216 que es resultado del cubo de seis, es decir, del producto de seis por seis por seis”. Mera casualidad… Continué y procuré reducirla, labor harto complicada. ¿Cómo comparar la belleza de la Kurylenko con la de la Berry, por mencionar un solo ejemplo contemporáneo?

Finalmente, pensé que no soy hombre de listas –si a estas alturas hace usted un chiste malo, optará a ser expulsado del post-; y, aunque tampoco de cábalas, siempre me ha subyugado un número, el uno –que sumado con iguales siempre dará el número que deseemos-. El hombre –la mujer- es individuo y su propia esencia le arrastra a ser uno y, por deseo, “el uno”.

En el caso de éstas listas, ¿quién era la uno? Cada cual tenga su opinión, generalmente dependiente de lo que se conoce, yo me remonto a cuando aún no había celuloide –las más bellas del siglo XX y XXI están compuestas por el mísmo-, cuando moraba junto al palacio de Orsay, apenas cinco años antes de que éste fuera pasto de las llamas, y usaba por segunda vez el nombre de Soltikoff… Tuve la ocasión de contemplar un retrato realizado por mi amigo Franz Xaver; si su obra siempre fue refinada, aunque para mi gusto excesivamente clasicista, tuve que coincidir con él en que su modelo era la expresión perfecta de la dulzura, en lienzo y en persona. Hoy la recuerdo y, sin duda, la que resultó ser Mme. Rimsky-Korsakov es mi número uno del último siglo y medio.

Bien es cierto que sobre gustos no hay nada escrito –al menos, nada determinante-, pero sobre el buen gusto sí. Y, a mi entender, no es democrático, negociable, ni casi discutible. No caben las listas, menos las votaciones. Pero en este caso coincidí con el bueno de Winterhalter en que la R-K era una expresión intemporal de la belleza.

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