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jueves, 21 de agosto de 2008

Noche africana


Hace unas noches me invitaron a cenar con la representación de un país del este de Africa.

Primero invitaron a los notables del lugar, estaban de vacaciones. Luego a personalidades de segunda fila, alguna cazaron, pero en general más de lo mismo. Al final, recurrieron a cualquier colgadete que quedara en la ciudad y tuviera un traje oscuro en el armario, así me tocó a mi. Y como sé el esfuerzo que puede llegar a ser preparar un sarao, para que, a última hora no asista ni Rita la cantaora, allí que me fui, Prada en ristre –solo la corbata, que éste es un blog humilde-, con la firme idea de aburrirme, cenar moderadamente bien y volver a la soledad del Rodríguez veraniego. Quien sabe, si lo hago bien, igual los de Hollywood se fijan en mí y en febrero les envío un post ¡como nuevo aplaudidor del Kodak de Los Angeles! Claro, que mi inglés es muy de andar por casa y unos aplausillos vale, pero una ovación en toda regla y además en inglés americano…

Pues fíjese, que después de los discursillos de rigor, que tampoco fueron los más aburridos de mi vida -y para esos ratos han inventado el real mail-, la cosa no estuvo mal… Un espectáculo interesante y, no hace falta decirlo, exótico; una cena muy bien puesta (en estos casos siempre recuerdo al crítico gastronómico de un diario madrileño que solía empezar casi todas sus crónicas con un “mi señora y yo comimos…”), compañía agradable: un expolítico o político en excedencia forzosa (los expolíticos suelen ser mucho más interesantes que los políticos y éste desde luego lo era), otro personaje de mi perfil (simpático, amable, de fácil conversación, o sea nadie que pinte nada) y una representación de altos funcionarios y empresarios africanos, entre ellos una señorita española de la oficina turística en Madrid.

Todo correcto. Salvo dos cosas que me hicieron volver a casa con cierto dolor de cabeza: una que el espectáculo, saltos incluidos, de bienvenida y los bailes del final eran suficientes, no era preciso tenernos toda la noche –cuando digo toda, créame, es toda- a ritmo de tambor. Y la segunda, la peor, que vi a los empresarios –los funcionarios son iguales en todos los rincones del mundo- con hambre y no me refiero a que comieran con apetito, sino a que venían a hacer negocio y no admitían un cortés ya hablaremos.

Llevamos unos poquitos años –no tantos- como una economía medianamente pujante, en gran parte gracias a las ayudas comunitarias, hemos llenado el país de bares y funcionarios –alguien me dijo que es el país con mayor cifra per cápita en ambos aspectos-, vamos a recibir una crisis galopante a porta gayola –eso sí, cuando pase el verano, que tampoco hay que precipitarse- y estamos aquí creciditos, de potencia de toda la vida, como si todos los niños de los cincuenta, sesenta, setenta y si me apura ochenta, hubieran nacido meando alfombras…

Hace tiempo escuché a un abuelete de la Castilla profunda, cuando vio al primer hombre negro que llegaba al pueblo, decir “aún se nos comerá”, no era racismo, como mucho un poco de incultura, tal y como nosotros la consideramos. Pero al final, tenía razón. No en sentido literal, pero sí como metáfora humano-empresarial. Si no nos ponemos las pilas los africanos se nos van a comer. Y los rusos, y los chinos, y los de Europa del Este, y…

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