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domingo, 21 de diciembre de 2008

Juventud, divino fraude




Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, escribió Darío… Y cuando se ha ido, vista desde fuera, es el único momento en el que de verdad resulta atractiva. No en vano titulaba el poeta: canción de otoño en primavera.

Aun sin llegar a percibir donde está esa sagrada barrera, el límite final de la mísma, la frontera entre juventud y… madurez? senectud? tiempo de la basura?, tengo claro que ya he rebasado esa línea, así que, o doy la cara, o solo me queda, como la mayoría –nunca me gustó esa opción, está demasiado llena-, refugiarme al calor de los tópicos: “la madurez es un grado”, “me siento en una etapa de plenitud”, “no cambiaría esta etapa de mi vida por ninguna otra”… ¡Como si pudieras!

Y si en aquella etapa no supimos valorar, o tal vez valorar si, por insistencia de aquéllos de los que nos regodeábamos por haber salido de la dulce etapa, digamos entonces que no la supimos disfrutar al 100 % (el 90 ya no me vale, el 75 es un desastre, con el 30 naciste quasi muerto…), entonces, ¿porqué la añoramos?, indudable, porque nos vemos a cuatro pasos del abismo y, lo que es peor, a tres de estar a uno solo del vértigo final –eso, si llegamos hasta el mismo, cosa que ignoro si es para bien o para mal-. Claro que, ¿de que sirve estar en un momento de insultante juventud a siete, incluso ocho pasos del límite…? En un páramo de miles de kilómetros, ¿varían algo tres ó cuatro pasos?, quienes allí estuvieron yacen desde hace años en el averno; aunque en lugar de con diez pasos por delante, hubieran nacido con cientos de kilómetros, hoy también correrían muchos la misma suerte.

Conclusión: no hay conclusión. Visite blogs, beban buen vino, viajen, rían, charlen, jueguen al cinquillo o escuchen ópera, lo que más le plazca. Con un respeto egoísta hacia el prójimo, pues si abrimos la caja de los truenos, como a los galos un trozo de cielo nos puede caer sobre la cabeza, por lo demás, cree un rincón epicúreo (¿qué si no?) compuesto de los retazos de presente que le queden y ¡ríase la gente!

¡Ah!, y a esa juventud divino tesoro / juventud divino fraude, ¡que le den!, que yo aún estoy estupendo de la muerte (lagarto, lagarto… se cuela hasta por las rendijas).

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